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domingo, 3 de mayo de 2020

El fin de los tiempos



Un día más, la mujer, se disponía a seguir con el agradable paseo que durante los últimos años la sacaba de la rutina diaria. Caminaba en silencio con aspecto taciturno y paso inseguro, tenía la espalda encorvada como si llevara el peso del mundo sobre ella. Siempre hacia el mismo recorrido y contemplaba el mismo escenario de la calle intentando retener en su memoria cada pequeño detalle, se podía decir que sabía hasta el número de ventanas que cubrían los edificios por los que pasaba.


Sin embargo, ese día en una de las ventanas vio algo que nunca antes había visto y que le resultó extraño, tras el cristal alguien la observaba fijamente. Se quedó parada mirándolo y después de un rato cayó en la cuenta de que ese rostro le resultaba vagamente familiar. No sabía si era por los ojos, unos ojos que miraban con la sabiduría que les había proporcionado varias décadas de contemplación. O quizás fuera el amago de sonrisa que afloraba en la boca, desgastada por los años que llevaba utilizándola, o las arrugas que le surcaban la frente y con un suave zigzagueo recorrían la cara para seguir su viaje por el cansado cuerpo. Aunque también podría ser el mar de plata que cubría su cabeza el que le producía esa sensación de conocimiento.


En cualquier caso, pensó, no conozco a nadie con ese aspecto. Finalmente, vencida por el cansancio después de tanto tiempo intentando recordar, opto por seguir su trayecto. A medida que la anciana se iba alejando y el sol se apagaba lentamente, el reflejo en la ventana fue desapareciendo en las sombras después de haber cumplido su triste misión en el fin de los tiempos.    

 Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena.(ingmar bergman)




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